
Afuera el calor insoportable de la primavera más caliente en noviembre y aquí un frío sepulcrar que no es solamente porque el sol tiene prohibido entrar a esta casa, sino que porque ya es igualmente problable que la cama tiemble de gemidos como que ni una simple mirada se cruce. Dónde mierda me perdí?, quizás perdiendo estas cinco putas horas muertas, escarbandome hasta los lunares de los hombros para ver si puedo decir que algo pasó, que hubo al menos un poco de sangre, aunque no haya sido ni por proximidad de mis entrañas.
La solución, ya que sé: abrir un hoyito y salir, como en las comedias romanticas en que los mismos personajes se psicoanalisan en un espacio blanco donde se pueda dar y dar vueltas hasta caer, hasta caerse o caer en cuenta; hasta encontrar algo, desahogarse y volver, o tratar de volver ... en sí, para dejar de ser un pelotudo e intentar por fin conectar... y volver a tirar todo por el suelo, para que ni las ventanas negras, ni lo que se cae del techo moleste. Parar ... parar... parar de hacer presióncon las mandibulas rígidas dentro de la cabeza que se empieza a derretir y chorrea por todos los hoyos.