jueves, 4 de agosto de 2005

Carta de ajuste
Hoy ya era el tercer día de una saga de cuatro en los que estaba escondida de la realidad, literalmente "haciéndome la gueona" y no yendo a clases. No tenía ganas de ver las mismas caras de los últimos tres años y menos aún de levantarme temprano con el ruido del motor de mi vecino que trata infructuosamente de calentar su micro entre las heladas maipucinas.

Los días han sido un poco extraños desde que me bajé de esa montaña rusa de reportajes falsificados y aciertos periodísticos funestos. De repente me di cuenta que era fanática de esas series de trasnoche y de los programas repetidos en resumen, que por alguna extraña razón, se hacen un poco más llevaderos a eso de las 3 a.m.

De tanto ver tele y comer manjar, me dieron hasta ganas de meterme al reality de minas del trece y así poder vagar por las praderas televisadas y ordeñar vaquitas mientras el perro Master me lengüeteara las patitas congeladas; pero todo era finalmente una quimera invernal veraniega y mis sueños de fama se deshacían, nuevamente, en el ya sexto té de la jornada.

De tanto vestirme decente solo para las noches "lujuriosas" de fin de semanas fiesteros, el pantalón de buzo del colegio se me pego a la piel y el horario se me cambió abruptamente; me empecé a levantar sin vergüenza y con cara de tuto a eso de las 4 de la tarde, a tomar desayuno... la perla.

Como un regalo de otros tiempos empecé a recordar también las cosas buenas del ocio y reencontrándome con mi niña interior... me acordé de las hadas que solía dibujar en las tardes y de las miles de cartas olvidadas en cajas de zapatos que tenía en el closet. Como una especie de reivindicación les compré a mis obras de arte otroras un lugar decente donde descansar... una caja plástica del Líder, para que ya no sufrieran con la humedad de las paredes de mi pieza, que les tenían la tinta un poco corridas y con olor a water.

Así no más y con el pasado a cuestas me decidí por fin... el viernes si que voy.