sábado, 13 de enero de 2007

Sacarse la cresta


Tengo un moretón en la palma de la mano, uno de esos moretones que se ven graciosos y que hacer preguntarse a la gente como diablos te los hiciste. Si me preguntaran diría sin pudores que de tonta, de puro tonta, porque me puse de un momento a otro... bueno ya lo dije. Tonta.

El otro día iba en la micro y a mi lado iban sentadas dos niñas. Parecían de lejos amigas hasta que se desocupó el asiento a su lado y me senté. Conversaban de cosas triviales, de lo que iban a hacer el fin de semana y de quien estaría en la casa de cada cual cuando llegarán. Me reí y pensé lo bueno que sería tener a alguien cerca de casa para visitar cuando me sintiera sola.

La soledad o la falta de soledad, eso provocó el moretón en la palma de mi mano. El desengaño. Paf, golpeé justo en el marco de la puerta de la cocina. Paf, golpeé de nuevo como si hubiera estado cerrada. No, la cerrada era yo que no quería dejarte salir.

Una de ellas era gorda y fea, tenía una voz tosca, unos lentes grandes, parecía de unos 30 años, pero de seguro no tenía más de 22. La otra era una chica común, con ropa deportiva, morena, con voz amable y ojos grandes. Comenzaron a cuchichear, paré la música de mis oídos, pero seguí con los audífonos puestos para no ser evidente en mi intromisión. “Yo voy a salir el sábado”, dijo una. La chica común la detuvo y le preguntó que a donde iban a ir. La otra respondió: “YO voy a salir el sábado, solo yo”. “Sin mí”, alegó la otra. “Si tu quieres sale, pero sale sola”, dijo la gorda (que para entonces se había puesto más fea de lo que era). Durante un tiempo se cuestionaron los quiénes, los cómos y los cuándos. Se dijeron cosas, tantas cosas, que toda la gente se dio cuanta de que esas amigas no eran solo amigas. Todos miraban, porque hablaban muy fuerte y luego cuando bajaban el tono los espectadores les miraban los labios, para seguir la telenovela.

Salir, salirte, salirse con la suya, salir de aquí, salir arrancando, salir y esconderse, salir corriendo como las zarigüeyas de anoche, hacerse el muerto, hacer perro muerto en la cocina de mi propia casa. Cuando no queremos vernos más, salimos arrancando. Dame un minuto, un segundo, un día, nada sirve, ya nada sirve, todos se dieron cuenta. Los sapos de la micro nos leen los labios. Le tengo terror al ridículo, pero más terror le tengo a ser patética y hacer el ridículo.

Baja el tono. “Ya no quieres estar conmigo, te aburrí cierto?. Me da lo mismo. Ándate con tus amigos, comete a quien quieras. Si así te conocí. Ya me querí cagar, maricona”, dijo la niña de voz amable, con un sollozo que se le salía de la garganta. La otra le hizo un desprecio, “No me guei más, solo quiero salir sin ti el sábado”, dijo mordiéndose la lengua. La gente se comía las uñas, nunca habían visto un show de celos de dos mujeres en la locomoción pública.

Esto es como un gran escenario, el circo de nuestras vidas. Yo corro, me imagino corriendo detrás tuyo, te toco el hombro y no hay nadie. Para variar desde que todo empezó a variar no hay nadie. Salgo corriendo, me asusto de tu cara de nada. La nada misma y la cosa ninguna. Nunca corres detrás mío. Por qué siempre se arruinan las mejores escenas.

La ofendida se paró del asiento, cuando vio que todos las estaban mirando. Le dijo a la otra que si se bajaba con ella, que no quería ser un espectáculo gratuito. A refunfuñones y con dificultad se paró la otra mujer. Se bajaron. Los espectadores se miraron de reojo reclamando el fin del show. Siguieron a las estrellas mientras caminaban por la vereda. Tratábamos de leerles los labios, pero la noche las ocultaba y la micro partió sin ellas. Me reí sola, ¿con quién podría cagarla esa mujer tan fea y desagradable?. Al final la pelea era igual a la de una pareja “común”, pero que terrible debe ser lidiar con la inseguridad de otra mujer, pensé.

Mi mano está morada, podrida por dentro. Sacarse la cresta, sacarse la cresta sola de puro tonta, para no sacar la cresta. Ya pasó la vieja y no me invitaste a seguirla. Al final todo es una maroma colgada en el frente de la puerta, para que todos lo vean, porque nos gusta que nos vean, intensos, inseguros, corriendo sin ser recorridos. Igual me gustaría que me recorrieras, si tan tonta no soy. Pero, te doy un segundo, dame un día, te doy una hora, dame muchas horas, te doy muchos días, que se yo. La otra chica se bajó en el paradero que no le servía tras su amante. Tu te saliste corriendo y te subiste a la micro.