martes, 12 de febrero de 2008

¡Te conozco mosco!


Vamos al parque le dije, esperando la negativa que tantas veces había escuchado. Cuando respondió con un sí ligero (más bien de bueno ya, que de bueno que rico) me puse a correr hacia el pasto y sin titubear lo lance... Se resistió, pero hacia demasiado calor como para no dejarse caer en esa sombra rica de la ribera del Mapocho… allá arriba adonde ya no huele a mierda. Lo miré de reojo sin presionarlo para que se acostumbrara a sentir el que para él parecía ser un monstruo verde, un Hulk escurridizo y un poco mojado.
- “¿No habrá caca de perro?”, me preguntó cuando vio un kiltro que me miraba con ganas de amigo.
- “Si hay nos movemos”, le dije quitándole importancia al asunto.
Cuando se adecuo al colchón fino del pasto macheteado, y cuando ya estuvo bien protegido por las ropas que nos sobraban, cerro los ojos. Despertó 5 minutos después con una sonrisa de hace tiempo…
- “Cuanto dormí?”, dijo un poco extasiado por la hazaña.
- “Como 20 minutos”, le mentí.
Cuando de nuevo vio al perro vago, la caca amenazante y al Mapocho contenido, “vamos”, me dijo, cuando le sonreí con los ojos agregó “igual rico venir al parque…”. Fue ahí cuando vi los pequeños puntos rojos aparecer en sus brazos.